jueves, 29 de enero de 2015

Ascensión a La Sagra

El fín de semana pasado me adentré por primera vez en el mundillo del montañismo algo más serio. Llevaba varias escapadas este invierno a algunas de las montañas que rodean la casa de mis padres, a las cuales jamás había ascendido a pesar de los muchos años que pasado aquí. El Menejador, que guarda en sus faldas el parque de La Font Roja en Alcoy, Montcabrer, la montaña que se alza a espaldas de la casa de mis padres y el Benicadell, me habían dejado muy buenas sensaciones y ganas de más. Así que cuando la gente de la piscina a la que acudo diariamente comentó la posibilidad de hacer algo más atrevido no dudé en apuntarme.

Y la montaña elegida fue La Sagra, el pico más alto de la cordillera subbética (no me preguntéis cuál es porque tendría que volver a los libros de mi antigua EGB para acordarme de los sistemas montañosos de España). Está situada en el norte de la provincia de Granada, a escasos 20 kilómetros de la sierra de Cazorla, y tiene una característica curva en forma de pecho, "Cuando veas una montaña alta con forma de teta, esa es" me dijeron. Con una altura de 2383 metros, y cubierta de la nieve caída a mediados de Enero, parecía un reto atrevido e ilusionante, a la par que comedido para mi primera experiencia algo más seria.

Gracias a la inestimable generosidad de un compañero de largos, me hice con todo el equipo necesario que incluía casco, gafas de ventisca, chaqueta de goretex, pantalones impermeables de nieve, polainas, crampones, piolet, mochila de montaña y frontal. Todo ello prestado. Casi lo único que era mío eran los calzoncillos. Preparada la maleta y la comida para dos días nos fuimos Vicente, mi instructor de natación, Ferrán, nuestro experto montañero y guía y yo a hacer noche en el acogedor albergue de La Puebla de Fadrique, el pueblo más cercano a la montaña.

A la mañana siguiente, estábamos ya despiertos a las 5:30 de la mañana, a pesar de que el despertador estaba puesto para una hora más tarde y de que a mí en particular me había costado dormir dado mi recurrente historial de noches trasnochadas. Alrededor de las siete, estábamos ya preparados y desayunados para coger el coche, pues aun nos quedaba media hora de carretera sinuosa hasta llegar a la base desde donde comenzaríamos nuestra ascensión. Mientras nos acercábamos y la luz del día se iba levantando, divisaba campos de olivos nevados en las cunetas de la carretera, hasta que apareció La Sagra al sortear una colina como una montaña aun oscura por la penumbra del amanecer, pero claramente blanca en su cima, como el glaseado de algún sabroso bizcocho de panadería.

Al aparcar el coche en la explanada que al volver acogería a una treintena de coches sólo otra furgoneta de madrugadores nos acompañaba. La nieve se presentó en el primer paso desde que salimos del coche con veinte centímetros de espesor. La montaña se alzaba ya directamente ante nosotros. Vista la abundancia de nieve nos decidimos a ponermos de inmediato los crampones, y tras los últimos preparativos nos pusimos en marcha cuando pasaban unos minutos de las ocho.


La ascensión la dividiría quizá en cuatro tramos. El primer tramo, muy fácil, de acceso a la ladera de la montaña, fue un subidón de energía e ilusión. Los primeros pasos con los crampones, averiguando que muchas veces hay piedras bajo la nieve que intentarán torcerte los tobillos, la nieve que invita a separarse del camino de pisadas y comprobar que cubre completamente la bota, las vistas, las fotos de rigor... En apenas media hora completamos esta primera parte que recorrimos en un sendero de pinos que se divisaba sin problemas llegando a un gran claro abierto y llano completamente blanco.

En el segundo tramo comenzó quizá la verdadera ascensión. La pendiente se incrementó visiblemente mientras atravesábamos un bosque cerrado de pinos que nos impedía ver la montaña. Para mí fue quizá el aviso de que había llegado la montaña a proponernos el reto. Las contínuas torceduras de pie en piedras escondidas y la imposibilidad de contemplar la meta redujeron los niveles de euforia hasta el lógico tren del esfuerzo continuado y la regulación de energías. Pero al cabo de 50 minutos dejamos atrás los árboles y llegamos al embudo, el tercer tramo y quizá el más aplino de todos.

La montaña se alzaba directamente hacia arriba. Estábamos en la base de un canal en forma de V muy abierta, con roca en los vértices y mucha nieve en el centro. El canal seguía recto unos 75 metros hasta que unas rocas dispersas obligaban a zigzaguear entre ellas para sortearlas. Más allá la V se iba ensanchando hacia lo alto hasta una pared de roca que hacía de tope final.
Habíamos entrado en el maravilloso embudo, con un desnivel de 325-350 metros, y pendientes de hasta el 60%. Comenzar a ascender este tramo fue, a mis ojos de novato, espectacular, La nieve por delante cubría en algunos tramos hasta la cintura, y los crampones ya no tropezaban con piedras. Había a veces que patear la nieve para crear nuevos escalones pues las pisadas de aquellos que nos precedían (que a estas alturas ya eran una decena) no eras las adecuadas para nuestro ritmo. Más de una vez, por el propio peso, el escalón ya formado se hundía bajo mis pies y tenía que crear mi propio escalón en una zona nueva de nieve virgen. Piolet en una mano y bastón en la otra fuimos recorriendo este tramo con abundantes pero breves paradas ya fuera para retomar el aliento, desacelerar el corazón o echar la vista atrás para disfrutar las vistas.
Quizá al final de este tramo, acercándonos a la pared que ponía fin al embudo, y donde la pendiente se aligeraba de nuevo fue donde más sufrí la ascensión. Hacer diez metros era un triunfo. Se me aceleraba el corazón y las piernas me pesaban, así que debía parar, recobrar el aliento durante unos segundos y seguir, mientras el camino empezaba a zigzaguear hacia la izquierda para sortear la pared y la cantidad de nieve iba decreciendo paulatinamente. A pesar de todo, la hora y poco que tardamos en hacer este tramo la disfruté como un enano. Incluso el sufrimiento sabía a gloria. Cada paso en el que luchaba por seguir caminando era un bocado de montaña, de superación, y le daba categoría a mi primera ascensión, que para muchos será una una simple minucia, pero para mí era mi pequeño himalaya.


Superado el embudo entramos en el collado, el cuarto y último tramo. En este, pequeños grupos de rocas dispersos como si fueran semillas sembradas a voleo plagaban la pendiente algo más benévola entre nieve-hielo donde apenas se sumergían los hierros de los crampones. Encontré de nuevo mi ritmo y las sensaciones, y aunque el frío y el viento empezaban a arreciar y mis piernas me demandaban más tranquilidad, acabé el tramo que por momentos se hacía eterno hasta llegar a la cresta de la montaña. Desde allí ya se divisaba a apenas cien metros el hito que marcaba cumbre.  Vicente y Ferrán venían por detrás y aproveché mi primer momento de tranquilidad para sacar el móvil y hacerles un pequeño vídeo, so pena de insensibilizarme una de mis manos con la pantalla táctil que no aceptaba guantes intermediarios.


Recorrimos los últimos metros hasta la cumbre y aunque no tardamos en comenzar a bajar pues el viento y el frío hacía la estancia insostenible, disfruté de las vistas y de mis pensamientos durante unos minutos.



De nuevo abajo, en el páramo que daba fin al primer tramo, me tiré en la nieve virgen como quien se echa en una cama caliente, y allí repasé muchas cosas en mi cabeza, y me acordé de muchas otras. Hazme una foto le dije a Vicente y allí se acabó mi primer contacto con la montaña.


Quedan muchas cosas sin contar. Las prisas, todas las paradas para comer, los dolores y las piedras enganchadas en los crampones, la bajada por la pedriza y el lugareño que subía con su perro y bajaba en parapente mietras el peludo bajaba de nuevo la montaña a cuatro patas para reencontrarse con él. Y muchas otras sensaciones y pensamientos. Pero queda la aventura contada por lo menos. Espero no haya sido excesivamente largo.

1 comentario:

Sra.Oveja dijo...

Me ha impresionado la foto con la nieve por la cintura!