miércoles, 30 de diciembre de 2015

Un calamar gigante

... para acabar el año

domingo, 20 de diciembre de 2015

Sentado en la estación que construí en medio de la nada, con este permanentemente amargo sabor y la eterna sensación de haberme bajado de mi tren en marcha. Incapaz de apartar la vista de las vías de un solo sentido que se pierden en un precioso horizonte lleno de tierras boscosas, mares azules y montañas nevadas.

La sigo viendo cada día, en cada pájaro que me sobrevuela, en cada gota lluvia que me moja. En cada paso que doy alejándome de las vías hacia lo más profundo del bosque denso y oscuro, intentando dejar atrás mi camino, mi pasado, mi futuro perdido, sólo para encontrarme de nuevo sentado ante las abandonadas vías, mirando cual imbécil a lo lejos por si consigo divisar la cola del último vagón.

Se alejó hace ya mucho, ya lo sé, me repito mientras la veo en las nubes del cielo, en las flores y las hojas, en el negro de mis párpados cerrados. Se marchó para no volver hace ya muchísimo, lo sé, soy consciente de ello mientras mi esperanza se oculta entre los árboles, jugando al escondite conmigo divertida como las hadas, como los seres imposibles, mágicos e imaginarios lo son. Revolotea en este bosque, la escucho corretear entre la hierba, veo el tenue resplandor de su presencia y la única forma de no jugar con ella es cerrar los ojos y taparme los oídos. Y entonces la huelo en la humedad de la tierra, en la oxidación de las vías, la huelo a en la tristeza de este lugar, y en la alegría de su recuerdo, en la penetrante amargura que lo acompaña.

Y camino y camino con su olor que me abandonó hace ya mucho, que abandoné ayer, eternamente consciente de mis actos, de mi arrepentimiento inútil y mis merecidas y justas miserias que sinceramente ya no quiero contar a nadie, ni de que nadie las sepa ni las oiga. Son mi carga y mis cadenas que huelen a tufo podrido. Y camino y camino para que la brisa me haga olvidarlo, juro que lo hago, pero por mucho que camine es lo único que mi sudor desprende, y al final me encuentro siempre ante estas vías por mucho que camine en línea recta y a cada paso me intente alejar de ellas. Ni un solo día me he dormido sin tener al lado este olor oxidado, oyendo el silencio de las ruedas que se marcharon en el frío hierro.

Acabo de ver a un precioso conejo. Estaba pariendo. Y la ha visto, en él, en su preciosa cría, en la tierra en la que daba a luz, en el conejo padre que la acompañaba. La he visto de nuevo en mi tristeza, en mis párpados cerrados, en mi alegría por ver algo tan maravilloso tenía su esencia tan clavada como la amargura que la acompañaba.

Hace tiempo que camino y camino, acompañado de este pequeño loco peludo. Ya no estoy perdido pues esta ya es mi casa. Me he acostumbrado a vivir en la soledad de este bosque. Visito los árboles, exploro en busca de comida, conozco sus hojas y sus flores, cazo y bebo sus aguas. Mi vista se ha adaptado a la oscuridad. Ya no tengo la intención de marcharme, no por la esperanza que se esconde por aquí, sino porque esta estación soy yo, soy lo que seré, y quizá ya pueda decir que soy lo que he sido hace mucho tiempo, mucho camino.

Dejé de querer escribir este diario, hace tiempo que pensé en abandonarlo, ya mis palabras son sólo para ms oídos, y ¿porqué las sigo escribiendo escribiendo aquí? Para ella, la que estaba aquí conmigo, la que abandoné, la que ya no existe pues se marchó sin mirar atrás y ahora es otra ella que ahora está en un futuro que yo soy incapaz de alcanzar y a la cual no deseo que le lleguen mis palabras. Me repulsa pensar en la pena que pudiera causarle, me daría asco oler mi tufo en ella.

Con el tiempo he dejado de querer dejar de escribir en este diario puesto que aquí llego cuando acabo de caminar cada día. Ya lo he asumido. Suerte a los premiados, este es el mío, este es mi sitio, aunque nadie lo lea, aunque todos lo lean, aunque nadie lo entienda, aunque crean que es mi punto de partida este es mi lugar, mi vida se vive aquí, aquí hoy, no aquí hace ya mucho tiempo, ayer. Esta es mi sala de estar y lo será. Mi pena no es una transición, soy yo. El hogar del vagabundo es este lugar perdido, este lugar sin techo ni cobijo que me resguarde de mí mismo. Lo he ido decorando y ha perdido cierto toque sombrío. Jugaré al escondite con mi esperanza, a veces jugaré a pillarla sin que jamás me dé sus regalos, a veces jugaremos a que yo me escondo e intento huir de ella.

Y para tí mis mejores deseos, no te acuerdes de mí y si lo haces espero que no te llegue mi olor. Te mereces todo lo que perdimos junto con todo lo que nunca te dí. Sé que lo sabes, pero sólo por un día lo dejo aquí, porque sí, porque te echo de menos, porque te quedaste aquí a mi lado y ella se fué en busca de una vida mucho mejor en la que no la traicionen ni la desmerezcan, o en busca de lo que desee. A ella nada puedo decir puesto que nada sirve ya, nadie escucha ya. A tí que te quedaste aquí para acompañarme, para que te pudiera ver en cada árbol, en cada hoja, en cada conejo, a tí te digo que te quiero. Aunque ya no seas sigues existiendo en mí. Gracias por acompañarme y decirme todas esas palabras que me hacen querer ser mejor, todas aquellas cosas que me dijiste y que hoy resuenan en mi cabeza más fuerte que nunca. Quería decirte que te sigo intentando hacer caso, hacer cosas que nunca hice, que me espoleas cuando ya no tengo ganas, que me echas la bronca cuando lo necesito y me animas cuando estoy triste. Que sabes que sigo siendo el mismo idiota y que te seguiré fallando, pero junto a tí puedo ser lo que quiera. En esta casa. En este lugar. En estas vías sin tren yo te sigo amando. Deséanos suerte.