domingo, 2 de junio de 2013

Dos ostias a tiempo

Cada vez es más habitual oír la expresión "dos ostias bien dadas"

Qué le vamos a hacer, vivimos en un país de educadores natos, todos ellos resolverían cualquier problema así de fácil, deberían convalidar esa habilidad por una FP o algo así.

Supongo que las mal llamadas ostias funcionan cuando se tiene miedo al castigo físico. El problema es que es probable que después de un tiempo uno se acostumbre a ese dolor y ya no sea tan grave. ¿Valor educacional del dolor? Cero

El castigo físico nunca debería ser la consecuencia negativa de una acción, porque llegado un punto puede ser que hasta merezca la pena al perderle el miedo.

Esto me hizo reflexionar sobre el miedo en si, sobre mi miedo.

Cuando era pequeña tenía pesadillas, más que pesadillas eran alucinaciones. al final, cuando ya estaban muy avanzadas, me quedaba a oscuras, tumbada, tapada con la colcha hasta el cuello, agarrando las sábanas con fuerza entre mis manos, llorando desesperadamente mientras,  así lo juro, algo siniestro subía desde los pies de la cama, reptando, arrastrándose hasta mi cabeza, con la única intención de matarme. Sentía el peso de su cuerpo desplazándose sobre mis piernas, subiendo por mi cuerpo. Mantenía los ojo bien abiertos, mirando sin ver en la profunda oscuridad, intentando enfocar en la penumbra.

Cada noche sentía que iba a morir de una muerte horrible, no importaba que la noche anterior no hubiera ocurrido, porque esa noche, la que estaba viviendo, era la definitiva.

Al principio intentaba convencerme de que no era real, pero no podía soportarlo y llamaba a mi madre desesperadamente, quien venia y se quedaba conmigo, de pie al lado de mi cama, con su mano en mi estomago para ayudarme a hacer unas respiraciones que el psicologo me había enseñado. Su presencia me tranquilizaba, claro que lo hacía, pero al final cuando ella me preguntaba que si estaba mejor, y yo la veía cansada de la misma historia cada noche, le decía que si, que podía irse, y la cosa volvía a empezar, pero ya no la llamaba más. En mi desesperación lloraba hasta quedarme dormida.

Después de haber sentido ese terror que nunca podré describir por mucho que lo intente, el castigo físico podéis imaginaros que no era gran cosa para mi. Cada noche estaba al borde de la muerte, así que cada día no podría ser peor.

Aun ahora cierro los ojos y cuando no tengo nada en mi cabeza, me vienen a la mente las grotescas imágenes de aquellas noches, ya no me causan terror, supongo que me he acostumbrado, que me he convencido de que fue mi mente la que creó esas vívidas experiencias por el motivo que fuera, tal vez por eso ahora el miedo me parece tan lejano.

Tal vez por eso esas ostias a tiempo no me hicieron nada.

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