Como había mucha gente en el albergue preferimos un poco antes para evitar oír como todos se marchaban escalonadamente, teniendo que hacer cola en el baño y esas cosas, así que al final nos despertamos los primeros.
La rutina mañanera de cada día, añadiendo el poder tomar algo caliente en nuestras tazas nuevas.
Salimos prácticamente de noche. Nos fue amaneciendo por el camino, pero antes que la luz nos llego la lluvia y ya prácticamente no paró.
Así nos dimo cuenta de la suerte que habíamos tenido hasta entonces, porque seis días andando con ese clima debe minar la moral a cualquiera.

Sea como fuere, vimos muchas botas por el camino, y la mayoría no estaban puestas en los pies de nadie.
A pesar de una etapa previa bastante relajada, ya pesaban los kilómetros, y aunque sin ampollas, empezaba a notarse una tendinitis de caballo en el tendón de aquiles. Lo peor el parar y volver a ponerse en marcha, ese punto en que el tendón esta frío y se resiente horriblemente.
Como el tiempo no acompañaba nada, fuimos muy ligeros, solo una parada a tomar algo caliente en un intento de secarnos un poco. En esta etapa pude comprobar que el material aislante de mi abrigo ya estaba un poco pasado.

Poner en el radiador las botas, chaqueta, guantes y todo lo que se nos había mojado, ducha, lavar ropa y a comer.

Intentar descansar un poco, preparar la cena y la ruta del día siguiente, aunque poco había que decidir ya que sería la última tapa, el día siguiente dormiríamos en Santiago
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