lunes, 24 de diciembre de 2007

Feliz Navidad


Aquel hombre...
Una mota de polvo en la nieve
La humedad le calaba los huesos, y el frío le punzaba dolorosamente la piel.
Ya iban camino de cuatro días, el tiempo que llevaba ahí de pie, sobre la nieve. Al menos eso creía, pero nunca se sabe, ya que en Polo Norte, en verano el sol no se pone en seis meses.
El corazón le palpitaba tan despacio que cada latido amenazaba con ser el último.
Tenía los pies tan fríos que ya no los sentía, y las piernas las tenía casi dormidas por completo.
Los brazos parecía que ya no los tenia, y notaba un fuerte dolor cortante en los hombros.
Casi no podía mover el vientre, ni la caja torácica, parecía como si tuviese una gran roca comprimiéndole el pecho, por lo que su respiración era lenta y pausada. Cada trago de aquel puro aire le semejaba a una cuchilla afilada que pasaba descuidadamente por su garganta hasta los pulmones.
La cara la tenia llena de escarcha, pero tenía tanto frío que no se atrevía a sacar las manos de los bolsillos, aunque tampoco creía poder, ya que el hielo le había congelado las articulaciones.
Tenía una gran sonrisa en la cara desde el segundo día que llevaba allí, la sonrisa del miedo a la muerte, que aquel frío conservaba aun.
Los ojos, que llevaba demasiado tiempo sin cerrar, comenzaban a producirle ardores por esa zona, era la única parte del cuerpo que parecía estar caliente, ya que hasta la sangre la sentía congelada en las venas.
Sabía que iba a morir, notaba como se estaba muriendo, llevaba demasiado tiempo en aquella situación. No había comido, ni dormido, no recordaba quien era, tenia mareos y sentía perder el equilibrio, pero le quedaba un poco de fuerza para mantenerse en pie.
La vista se le nublaba por momentos, y en ocasiones perdía la visión unos instantes.
También sabía que le quedaba poco tiempo de cordura y quiso recapacitar sobre su vida, sus seres queridos, sus sueños, pero no los recordaba.
No podía ni imaginar como había llegado hasta allí, ni lo que hacía, ni si le estaría buscando alguien.
Empezó a sentir unos pinchazos en la cabeza, y algunas convulsiones nerviosas que iban en aumento.
Le comenzó a sangrar la nariz y los oídos, se dio cuenta de esto porque sentía una cálida humedad. Se había equivocado, su sangre no estaba congelada, al contrario, era tan agradable aquella calidez.
De repente aquel blanco paisaje se volvió negro, al perder la vista por completo, esta vez permanentemente.
Le abandonaron las fuerzas y sin conocimiento de ello cayó al suelo. Pero siempre con la sonrisa en la cara.
La nieve comenzó a cubrir el cuerpo allí tirado, creando un montículo sobre él, el que seria su tumba, pues había muerto.

Como dijo ** *******: De la vida solo puedo decir que se escribe con V.

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