martes, 5 de febrero de 2019

Añurgo de madreselvas

Es curioso aquello a lo que damos importancia, del mismo modo que las cosas que echamos de menos.

Cuando ambas cosas coinciden, es un dolor raro, como algo dulce que al final tiene un regusto amargo. ¿Es dulce?, ¿es amargo?, ¿no es nada?...

Es como estar en la parada dejando pasar autobuses que no nos van bien del todo porque hay uno que nos viene mejor. Y pasan todos menos ese. Y llevas esperando lo suficiente para haber llegado a casa si hubieras cogido cualquiera de los otros.

Y te preguntas,  ¿estaría mejor en casa que aquí?  O más bien, ¿estoy aquí peor que en casa?

Y sientes un peso en el pecho, la presión de saber que estas haciendo algo muy mal pero ni si quiera puedes decirlo en alto.

Pasan los meses, los años, los siglos, y lo único nuevo que deja el tiempo es polvo en los muebles y arrugas en la cara. Y sigues sin hacer nada.

Pero duele, hay días que duele tanto que casi estas a punto de hacer algo. Y no lo haces. Pasas otra vez la misma página, haces la lista de la compra, ves la programación de la tele, vas al bar, lloras sin lágrimas y ríes sin ganas.


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