domingo, 9 de julio de 2017

Mal de altura

Bueno, pues vamos con el mal de altura y nuestra experiencia con esta patología. Y supongo que hay que comenzar por entender qué es, aunque probablemente todos tengamos una ligera idea.

Lo que todos sabemos es que a mayor altitud la concentración de oxígeno es menor, por una cuestión simple de presión atomsférica. Y es bien sabido que sin oxígeno nuestro cuerpo no funciona demasiado bien. Esta es la parte más fácil y entendible por todos.

La parte complicada es que no existe un síntoma que por sí solo identifique inequívocamente (gracias wiki por las palabras) que se está sufriendo mal de altura. Todo se resume en una percepción subjetiva del estado propio y una percepción de otros, también subjetiva, sobre nuestro estado. A esto hay que añadir que uno puede sufrir levemente el mal de altura y sobreponerse a ello sin mayor complicación ni urgencia. Como me lavaron el cerebro y ya no puedo explicar cosas sin recurrir a símiles no puedo evitar daros uno. Es como hacerse un corte en la piel. Dependiendo de cómo sea el corte puedes taparlo con una tirita y seguir o puedes morir desangrado. El problema es, para mí, la situación que lo acompaña.

Con situación me refiero a muchas cosas. Al fin y al cabo casi la totalidad de estas situciones se producen en medio de la montaña, alejados de un hospital o médico, y muchas veces con difícil evacuación. Y no sólo eso, sino que el carácter subjetivo del diagnóstico y su gravedad quedan a merced de la personalidad de cada uno, lo cual puede ser un problema dependiendo de cada uno. Si alguien subestima o hace oídos sordos a su cuerpo por ambición o símplemente por estrés se puede estar metiendo la pata.

Para acabar con los preámbulos hay que mencionar los síntomas. Dolor de cabeza, fatiga, vértigo y problemas de sueño son los pilares básicos para detectarlo:


Esta es la Escala Lago Louise para determinar la severidad de los síntomas. La condición leve indica precaución. Media implica detener el ascenso y/o descender hasta donde no se sufrían síntomas y pasar a esa altura uno o dos días antes de continuar el ascenso. Aguda equivale al descenso urgente y el fín de la aventura hasta mejor momento, previo paso por visita médica.

Para evitar todo este embrollo el consejo es que a partir de 2.500m al final del día no puedes dormir a más de 500m por encima de la noche anterior. Por ejemplo. Para subir de 3000m a 4500m, aunque el recorrido se pueda hacer en un día, habrá que realizarlo en tres tramos. el primer día se duerme a 3500m, el segundo a 4000m y el tercero se llega. Eso no quiere decir que durante el día no se puedan superar los 500m. De hecho se aconseja subir siempre algo algo más de altura para luego bajar a dormir. Por ejemplo, si no surgiera ningún síntoma de altura, en la primera jornada del ejemplo anterior podríamos subir hasta 4500m y volver a bajar a 3500, el segundo volver a 4500 y bajar a 4000 y el tercero dormir directamente en la "cumbre" de 4500 de nuestro ejemplo.

Dicho esto... espero que nadie novato lea esto y se crea todo lo que este novato dice y se vaya a la montaña. Todo es "sabiduría montañera" y lo suyo es que preguntéis a gente que realmente sabe y os informéis bien. Todo lo anterior tiene un fín más literario que divulgacional.

Creo que como intro debería dejarlo aquí e irme a otro post, pero... quizá lo recorte en un futuro, por ahora seguiré aquí mismo.

Dicha toda esta parrafada comencemos nuestro relato. A efectos prácticos y ya que hablaré no solo de mí sino de otros renombraré a los protagonistas, y vaya por delante que es sólo una visión particular de algunos días.



Disponíamos de 13 días y un margen de error escaso. De Besi Sahar a Jomson. Tres vuelos y un infierno... perdón, pintoresco viaje en autobús y comenzaba nuestra aventura. Registrarse en los puestos de control, pagar tasas, y las primeras horas de caminata se convirtieron en una hora más de autobús con una idea en mente: acelerar.

Besi Sahar era el punto de partida del circuito del Anapurna, pero sabíamos que el tiempo era un factor importante. Cruzar de Manang a Muktinath, de un valle a otro pasando por Thorung-la a 5416m tenían un número de días fijos e inamovibles. Un día en Manang a 3500m sólo para aclimatar, otro hasta Yak-Karka, otro hasta Thorung Pedi y el definitivo día para cruzar al otro lado del valle.  Cuatro días.

Llegar a Jomson era como volver a la civilización. Era el punto donde si algo nos retrasaba un pequeño aeropuerto nos proporcionaba la maniobrabilidad suficiente para volver a Kathmandú, y con ello a nuestra reserva de avión de vuelta a España. Al menos sobre el mapa.

Así que al llegar nuestra primera noche en Ngadi hubo que sentarse y planear exactamente cada día. El primero de ellos se acababa, así que doce nos quedaban. Cuatro eran fijos más uno para bajar de Muktinath a Jomson, así que para el resto del ascenso y contratiempos nos quedaban siete. Con el perfíl en la mano trazamos las etapas que nos debían llevar a Manang en seis días, dejándonos una jornada en el bolsillo como precaución.

Lo cierto es que sólo Tomás y Santi tenían aquella prisa. Jorge y yo aún íbamos a disfrutar del país durante algunas semanas más, pero la mitad de nuestro grupo debía volver a la vida laboral con mayor premura. Sin ya habíamos decidido que hasta su marcha permaneceríamos todos juntos.

Y los días pasaron muy bien, el peso de la mochila se convierte en tu pasaporte a lo desconocido, la piernas se mueven solas y mientras los pies te perdonan las jornadas acaban repletas de recompensas. El ritmo era mejor que bueno. Tras dos primeras etapas y más de cuarenta kilómetros en el bolsillo pudimos relajarnos un poco, bajar el ritmo y disfrutar de los tés y los momos, de las pequeñas tabernas de cada pueblo, y de parar a que una sonrsia nepalí te contara alguna historia.

Fue en el quinto día cuando el runrún nos empezó a acompañar. Tomás, de treinta y tantos años es un escalador. Ha subido muchas más montañas y escalado muchas más paredes que yo. Y ese día su vegiga decidió que se unía al viaje. Cada poco tiempo tenía que pararse y mear, un poco cada vez, para acabar el día habiendo ido al baño más de veinte veces.

Todo aquello era raro, y Jorge y Tomás, con mucha más experiencia en estas lides, comenzaron a dejar caer como posibilidad el mal de altura. Yo, la verdad, no tenía ni idea más allá de la cultura general que proporcionan algunos documentales de la dos y algún artículo preparatorio para el viaje de Google. Estábamos superando la cota de 3000 metros y aunque todo era posible parecía raro que a tan poca altura se presentaran los síntomas, y el que se presentaba era uno que no leías en esos artículos de internet. Cierto es que Tomás había tenido un ligero dolor de cabeza en las primeras horas del día, pero yo también lo había tenido y se había marchado sin dar mayor problema al cabo del rato. Así que sin más síntomas decidimos que lo peor era meter en la mente de Tomás preocupaciones que a nadie le eran más que vagas suposiciones sobre posibilidades que no conocíamos demasiado.

Santi, a todas estas, un señor que nos sacaba veintipico años, había bajado el ritmo de los primeros días. Jorge iba por delante, el más fuerte de todos con diferencia, le seguíamos Tomás y después yo. Santi se descolgaba de vez en cuando, pero en cada descanso nos reagrupábamos y a paso algo más lento hacía el mismo recorrido sin mostrar mayor cansancio que el nuestro. Su velocidad acusaba los años, pero su resistencia no lo hacía, al menos por el momento.

Esa noche dormimos en Lower Pisang, a 3100m. Allí nos encontramos con Alex, un trekker que llevaba en el circuito varias semanas y que había tenido que parar durante un tiempo por un esguince. Tenía más experiencia que nosotros en el Himalaya así que le hicimos preguntas sobre el recorrido, y las dificultades del camino, dudas que teníamos y que a esas alturas seguíamos sin dilucidar. Entre ellas le comentamos los problemas que había tenido Tomás. Ahora me parece que lo que nos dijo no fue muy acertado. Alex no fue muy delicado al decir que aquellos síntomas eran claramente de mal de altura y que aquello podía suponer un problema muy serio. Me parece, sinceramente, que lo único que consiguió con aquello fue sembrar una duda en la cabeza de Tomás. Y lo digo porque lo dijo con la misma vehemencia con la que dijo que quizá no fuera nada. Quizá simplemente estaba bebiendo demasiada agua, dijo, otro de los insistentes consejos para evitar el mal de altura, y todo lo que entra tiene que salir. Así que entre partidas de cartas y de dados con otros dos nuevos conocidos en el hostal, Annael y Charlie, una pareja de franceses con sus historias personales, decidimos no darle más vueltas al tema y ver qué nos traía el siguiente día.


 Creo que voy a publicar esto por ahora, sin siquiera corregir erratas, pero volveré a él en otro momento. Llevo algunas horas con esto y necesito un respiro. 

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