Como ya va quedando lejos Malta, y se acercan acontecimientos interesantes en estos próximos meses, empezando con las visitas, quería cerrar el ciclo de posts acerca de nuestras últimas vacaciones con una última remesa de fotos con lo que pueda haber quedado en el tintero de interés.
Malta es un lugar exótico y hogareño, aúna aspectos culturales, sociales, artísticos y temporales de lo más dispar. Pasear por el centro de La Valletta es muy parecido a hacerlo por Picadilly Circus, con sus rótulos fluorescentes, pubs, y restaurantes de comida rápida. Todo ello adornado con las típicas cabinas inglesas e incluso con sus policías (pena no tener una foto porque su uniforme es prácticamente idéntico). Y sin embargo, uno se aleja de esa calle central apenas doscientos metros y se encuentra a ambos lados con el mar. A uno de sus lados, el que daba a St. Julian, la zona de marcha por excelencia de la isla, el paisaje era el de una ciudad moderna, con edificios de altura y diseño, iluminado al anochecer al más puro estilo Mónaco. Al otro lado, el que asoma a Vittoriosa, parecía uno
mirar a una ciudad romana que hubiera sobrevivido casi intacta hasta nuestros tiempos. Y digo casi porque entre la visión de monumentos y fortificaciones había un puerto de barcos de lujo. Todo ello con un fondo de casas viejas, que no antiguas, con sus fachadas desaliñadas y algunas medio derruidas. Incluso el lujoso puerto estaba escoltado por inmensos hangares de hierro oxidado y cristaleras rotas. Lo que sí agradecía la vista es que parecía que toda la ciudad, la antigua y la moderna, estuviera construida con una misma piedra de la cual se hubiesen ido tallando cada uno de los bloques que formaban cada casa, cada monumento y cada muelle. Exceptuando, eso sí, la zona monegasca y la zona estrictamente portuaria, que rebosaba de imponentes y cómo no, oxidadas grúas.
Nosotros nos alojamos en el
Grand Harbour Hotel, de dos estrellas. Estaba situado casi a pie de agua, en la zona que miraba a Vittoriosa. Tenía tres tipos de habitaciones. Con baño (46€ noche/dia los dos), sin baño (42€), y con baño y vistas al puerto (54€ creo recordar). Nosotros nos quedamos con la de 46, sin vistas y con baño. Sin vistas porque bastaba con bajar a la calle para mirar, y con baño porque me gusta ir en pelotas a mear, y mientras no seamos tan pobres, ciertos lujos son casi imprescindibles.
Llegamos por la noche, eso ya está contado. Al llegar al hotel, casi de la mano del policía, nos dieron la habitación, la número 69. No sé si lo hicieron medio a propósito, o medio de cachondeo. O fue por azar, porque éramos cuatro gatos
en el hotel, pero cuando vimos la habitación pensé en otra cosa. Quizá querían que nos quedáramos con una buena impresión, porque aunque era sin vistas, estaba en el piso más alto de habitaciones y orientada de tal manera que pudiéramos ver gran parte del puerto. Aunque de eso no nos dimos cuenta hasta la mañana siguiente. De lo que sí nos dimos cuenta fue de que (por cierto el word me dice que éste “de que” está mal dicho, que debería ser solo “que”… se admiten sugerencias, pero me suena mejor como estaba)… lo dicho nos dimos cuenta de que a partir de las 10, en un día de diario, no había nadie en la calle. Salimos a dar un paseo y ver si nos daban de cenar en alguna parte y no hubo manera. Así que a “dormir” nos fuimos.
Dormir dormimos mal y poco. A causa de un pequeño desorden de horarios que arrastrábamos y de que alguien ronca como un cerdo. Si hay que decirlo hay que decirlo, aunque ese cerdo sea yo, que por cierto, creo que intentaré poner en marcha la operación que tengo pendiente para que mi niña pueda dormir mejor. Pues eso, que nos levantamos pronto. Nos fuimos a Mdina, en el centro de la isla, donde había varios lugares de interés. Una
fortificación muy relacionada con la historia de Malta y sus Caballeros. Ofrecía varios entretenimientos, todos previo pago. Visita a su iglesia, guía audiovisual de Mdina, “The Knights of Malta, an Epic Adventure Experience” que a saber qué era exactamente (en los panfletos mostraban maniquíes vestidos de época), y las mazmorras. Todos previo pago de entre 4 y 10 euros.
Nosotros nos metimos en las mazmorras. No por nada, porque no sabíamos qué iba a haber. Fue más bien porque el tipo de las entradas fue muy majete al abordarnos. Salió de su taquilla, supongo que entre aburrido y a la caza de incautos, y nos dijo que nos diéramos una vuelta por todo el recinto, que él nos esperaba allí para hacernos un descuento de estudiantes para ver las mazmorras. Así que después de darnos una vuelta por el lugar entramos a descubrir, bastante sorprendidos, la caverna de las torturas de Malta. Una e
specia de recorrido por las torturas que se habían practicado a lo largo de la historia cristiana. Detalle éste que me resultó bastante curioso. En uno de los muchos paneles que había a lo largo del recorrido explicaba que las torturas eran práctica exclusiva de los cristianos. Los musulmanes, que también habían ocupado la isla, no usaban estas prácticas. Aquellos que desobedecían las normas simplemente pasaban a ser esclavos de uso do
méstico. Pero los cristianos, por lo que vimos allí, tenían una vena sádica que daba escalofríos. He de decir que Gordita y yo nos estuvimos riendo un rato de lo absurdas y maquiavélicas que eran algunas de las torturas. Colgados de la pared de un pie y un brazo, amputados de nariz, manos, piernas, y pechos, aplastados por piedras o colgados del techo, los maniquíes sacaban, irónicamente, la risa de más de un turista japonés, nórdico o… ejem… español que las contemplaba.
Después de ver la fortificación de Mdina nos fuimos a unas catacumbas cercanas, St. Paul’s Catacombs, unos túmulos funerarios que se habían convertido “en un lugar laberíntico de dimensiones que nadie ha llegado nunca a calcular”
según decía la audioguía que te daban gratis con la entrada, pero que solo tenía abierto una zona de apoxidamente 25 mentros por 25 metros al público. A pesar de todo, y a pesar de Valeria, que dice Carol que un día os contará quién es, me sorprendió el lugar, sus tumbas y algunas de las historias que contaba el aparatito.
Así que ese fue el día viernes, al fin y al cabo en lo que toca a lo turístico. Nos volvimos al hotel cansados de una lluvia constante que caía de lado. Nos despertamos de la siesta tarde para descubrir que a las seis cerraban el museo de guerra de La Valletta. Así que dando un paseo nos encontramos con Ollie’s. Un par de horas más tarde y medio borrachos nos fuimos al hotel a dejar las mochilas, y cuando llegamos allí nos quedamos media hora reposando el mareo y secando las ropas del aguacero que nos acompañó en los quinientos metros de camino a casa.
Salimos a cenar a un restaurante que estaba al lado del Ollie’s. Cenamos muy bien. De primero sopa de pescado con hierbabuena. Le sobraba la hierbabuena, que le daba un toque a mojito, pero estaba estupenda. De segundo, yo pedí cerdo, que no estaba muy bueno, e hice que Gordita se pidiera una pasta rellena de parmesano con salsa de setas que estaba… pfff. Cuando iba a mitad de comerme el cerdo ya estaba lleno y para cuando me lo acabé me desabrochaba el pantalón. Pero es que la mitad del plato de pasta que me dejó Gordita estaba… increible. Pedimos un vino Maltés y no pedimos postre. Nos costó un ojo de la cara (55€) y eso sin los extra 10 euros que intentó estafarnos la camarera. Pero fuimos a casa rodando. Y hasta el sábado.
Y el sábado pasó casi volando. Fuimos a la zona del puerto de Vittoriosa, agradeciendo que los autobuses te llevaran por los lugares más pintorescos sin tener que mover el culo, que Carol estaba destroza. Paseamos un rato, comimos en el McDonalds las hamburguesas más ricas (de Mcdonalds) que nunca hemos comido, y volvimos al hotel. Pagamos en ef
ectivo para que no te cobraran un 5% de más y nos fuimos a pasar las últimas tres horas en el aeropuerto. Hicimos uso de los 10 últimos minutos de batería del portátil en la conexión wifi gratuita del aeropuerto, y después de unas fotos con el capitán pirata entramos al avión los primeros de los cuatro gatos que íbamos en el avión. Matadillos. Pero satisfechos.
Dice Gordita que algún día se leerá la parrafada que he escrito. Que más vale que por lo menos le ponga fotos… Bueno, luego se queja de que no escribo nada en el blog. Así que aquí queda. Nos vemos en Pisa para aquellos que nos hagáis disfrutar de vuestra presencia. Para el resto nos leemos pronto.