Cercenado. Perdido.
Quizá he perdido ya las palabras. Quizá he perdido el resto del poco ser que me quedaba. Las ganas la ilusión.
Detrás de mi vida se fué lo demás, poco a poco, un goteo de negrura y tristeza.
Cada pesadilla en la que me despierta en medio de la oscuridad. En las que una y otra vez te busco, te persigo, sólo para encontrar mis errores, mi amargura, mi desesperación. En una pesadilla. Repetida, diferente pero igual, siempre la misma.
Me acuerdo de tí.
Vivo con sendos cortes en las muñecas. Todos mis pasos están marcados en la amarga sangre que desprenden. Ni uno sólo de ellos pisa fuera de las heridas.
Nunca más hubo posibilidad de redención. Sólo tiempo para perdonarme a mí mismo. Eso ya lo hice y no funcionó. Qué voy a hacer ahora. No lo sé, dejó de ser importante. Llegué a mi destino. Un lago en la niebla donde mi barco no tiene remos y ninguna corriente llega. Donde ningun sonido llega y ninguna palabra consigue salir.
Mi vida eras tú, y ahora no soy. Nada sale del horizonte de sucesos.
Lo que teníamos era especial. Muy especial. Un cuento. Tanto que a día de hoy en lo poco que queda de mí la única maldita cosa que suena es esta jodida impronta que me repite ¿y si? A veces la odio, no entiendo porqué no se marcha y me deja. Es la única que me hace sentir algo, dolor. Pero le concedo una cosa, es la única luz que alumbra esta oscuridad.
Ya es un clásico, seguir la zanahoria con tu aliento aquí detrás.
Ya es un clásico, perdí el salvoconducto y ahora espero al emisaro.... que nunca llegará.
Mi duelo es mi hogar. Mi cádilac mi cama. Mi sed mi dolor, mi esperanza.
No se puede esperar ya nada de mí, pues ya sólo un demonio pestilente soy. Un estúpido y peligroso incauto caído en el lago de la eterna pestilencia.
Siempre me acuerdo de tí, siempre recuerdo que no estás, siempre recuerdo cuánto, cuánto me equivoqué, siempre... porque el agujero que dejaste es lo que soy yo.
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