viernes, 30 de septiembre de 2016

Dos botas

Pasan los años, estoy más viejo. Las reglas han cambiado aun cuando la partida sigue siendo la misma. Los paisajes son diferentes puesto que mis ojos ya no lucen igual. Los caminos parecen infinitos pero yo sólo elijo el que lleva la senda de los errores. Me quité las botas de agua, que se evaporó sin calor y yo ahora espero que me llueva en la Antártida desnudo, con dos botas de agua por gorro de bufón, con la estupidez colgando a plena vista y cargado de un saco lleno de futuro que lleva escrito pasado en un penoso bordado.

Y me hago mayor. He llegado a darme cuenta de muchas cosas, seguro que ninguna es cierta, pero qué más da, tengo unos años, a quién le importa ya, a nadie. Una de ellas es mi penitencia, otra mi redención. ¿Las quieres oír? Te vas a reír, te lo aviso. Tan unipersonal como absurda, tan simple... Si te empeñas en seguir aquí la tienes:

Abandonar. Todo lo que he hecho. Abandonar. Renegar de las dificultades, apartarme de ellas cual necio disfrazado de ciego. Perderme por caminos aledaños colmado de pereza, ira y celos con un sofá pegado al culo, la traición cotidiana por invisible bandera y la deshorna canalla como espada justiciera. Caminar hasta que el ruido no suene, los ojos no miren y nadie se entere cuando me quite la máscara y el agua me refleje esta mirada torcida, estas podridas venas.

Palabras

Abandonar. Fracaso. Rotundo, sincero y verdadero. Cada desvío dibujó el perfil de mi alma y tiempo hace que quedé retratado.

¿Y ahora? Ahora el camino es incierto, penitente. Ya sólo quedan dos caminos, absurdo. Uno es el que sale de este oscuro y seco bosque, y se aleja por caminos aledaños que se pierden en profundas grietas a través de las montañas, allí donde el olor de mis huesos no llega a la superficie y este atizador sol sólo llega unos pocos minutos al día. Este camino es conocido, ya lo han trillado mis pies multitud de veces, por otros parajes, pero lo reconocería en cualquiera de sus pasos. Lleva a pantanos redentores donde te puedes limpiar y volver a caminar con otra capa, otra máscara y un precioso maquillaje te dibuje una sonrisa en esa mueca, sin que nadie te mire, ni oiga ni sepa.

El otro... el otro no es otro. El otro es sólo algo de tierra hundida por mis pasos que, al lado de esta estación abandonada, rodea un árbol de más de una rama rota y pequeñas hojas verdes con secas puntas marrones, de raíces que parecen enfermas y frágiles, y con un anillo limado en el centro por el deslizar de una correa que lleva escrito "Direcciones para la redención: continúe dando vueltas, no se desvíe, no tiene pérdida. (En caso de duda coja esta correa y déjese guiar)".

Tenía una amiga que divertida me acompañaba, jugaba conmigo y me prometía un beso si la alcanzaba, y yo giraba y giraba con la ilusión del enamorado en el tiovivo, que subido a su caballo simula perseguir una mirada, un pelo azabache, una sonrisa que jamás se acerca. Yo reía y lloraba según sus palabras me endulzaban y sus silencios ahogaban. Pero poco a poco dejó de correr y saltar y sonreír y suspirar. La sigo oyendo entre los árboles cual duende, pero ya no juega conmigo, pues sabe que aunque me encantaría dejarme convencer por sus susurros comprende el blanco de mi pelo , y sus palabras dejaron de ser veraces. Ahora ya no jugamos, simplemente la invito un rato, charlamos de las estrellas, de los recuerdos, de los ríos los mares y los océanos, de esta correa y del camino que queda, paseamos dulcemente alrededor del tronco sin decir nada, sólo por pura compañía, y cuando la noche está ya cerrada le recuerdo que es tarde y que ha de marcharse hasta mañana.

Y aquí estoy. Mi redención es no abandonar, mi penitencia es no abandonar. Aunque sepa que es inútil, aunque todos crean que es inútil, no lo es para mí. Porque esa es la meta, esa es la redención: si puedo seguir un camino infinito sin abandonar, puedo encontrar a la persona que debí pero no supe ser. Y quizá cuando los molinos caigan bajo mi lanza y llegue allí donde la serpiente se muerde la cola, en el punto donde se acaba el universo, quizá me espere con una sonrisa y los brazos abiertos aquella que insensato abandoné en el camino.

Y ya me hago viejo, y ya no me importa reconocer, que amor es lo que siento, aunque ya nadie lo vaya a entender.

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