Hacía ya varios años que no viajaba al extranjero y cuando surgió la oportunidad de hacer un viaje relativamente barato a un país de Europa del este la verdad es que ni me lo pensé.
No sé muy bien cómo surgió, pero llegamos hasta la página de Blue Air, una compañía Low Cost rumana, que ofrecía vuelos de ida y vuelta por 65€ a Bucarest. Miramos un par de alojamientos en un par de ciudades y nos pareció que podríamos conseguir alojamiento barato por unos 65 leis el día, lo cual, con el cambio a 4,5 leis por euro, lo dejaba a algo menos de 15€ la noche a dividir por dos personas. Los vuelos nos cuadraban para estar siete días, así que haciendo un simple cálculo el viaje, yendo de gitanillos, nos podía salir entre 150 y 200 euros inlcuyendo todo. Cierto es que hoy en día, y con el trabajo que me gasto, 200 euros son una suma a tener en cuenta, pero me apetecía mucho viajar. Si se le añade que iba acompañado de alguien que hablaba el idioma la decisión era bastante obvia. Así que planeamos el viaje para salir desde Málaga hacia Bucarest, pasar por Sinaia, Brasov y Bran y de vuelta a Bucarest para coger el vuelo de regreso. Siete días.
No sé cuánto me puedo liar aquí a contar ni qué interés puede tener. Pasaré de puntillas por algunos detalles que puedo considerar menos interesantes y alargaré otros más llamativos. Pero no quiero dejar de mencionar la dificultad que nos surgió para concretar el alojamiento. Reservar a través de booking o páginas similares aumentaba considerablemente el precio de la estancia, y buscar a través de inernet, esencialmente en la página de alojamiento turístico rumana Carta, nos llevaba a la situación de tener que llamar repetidamente a Rumanía por teléfono con el consiguiente coste timofónico (y nunca mejor dicho porque la mayoría de compañías rumanas ofrecen tarifas planas todo incluido, incluyendo llamadas al extranjero, por precios irrisorios). Afortunadamente conseguimos que nos echaran una mano desde el propio país para que nos gestionaran el trámite.
Ok, al lío. Salimos desde Málaga, como ya he dicho, y el vuelo fue... entretenido. No hay nada como que te amenacen desde el mismo día de hacer la reserva que tu acompañante tiene pánico a volar. Y símplemente no te lo crees mucho "Buah, lo pasará mal... pero ya, si sólo son tres horas y pico....". Pero cuando ves que su médico le receta diazepam para el vuelo, que faltan unas horas y está taquicárdica... a pesar de las pastillas, y que le caen lagrimones entre medio sonrisas drogaínicas mientras te dice "no sé cómo me he liado para hacer esto" aquello coge tintes de buzo en pánico. El vuelo en sí.... divertido...
Llegamos a Bucarest pasada la 1 de la mañana. Con la idea de ahorrarnos una noche de alojamiento habíamos decidido coger el primer tren de la mañana en Bucarest, creo que era a las 8, hacia Sinaia. Así que nos tocó esperar 5 horas en un aeropuerto vacío. Y como había poco que hacer decidimos comprar un par de cafés, una botella de agua pequeña y un paquete de tabaco por 75 leis. Y la primera en la frente, la primera que luego nos iría doliendo más y más a lo largo de los días. 75 leis puede parecer poco, haciéndo el cálculo mental unos 17 euros. 17 eurazos. ¿Y porqué los pagamos? Uno aquí en casa piensa que fácilmente se hace una simple cuenta y decides no pagar porque es mucho. Pero cuando estás allí, con dinero que nunca habías visto en tu vida en la mano, recién bajado de cuatro horas de vuelo, con precios que no reconoces y con ganas de sentarte a tomar un café porque te queda una larga noche por delante, la verdad es que no lo piensas demasiado. Aunque poco a poco, a medida que te vas tomando el café y echando el primer cigarro ya aquello lo empiezas a remover y se te empieza a atragantar, pero a esas alturas ya poco queda por hacer más que sentirse turista. A medida que los días pasaban y cenábamos en restaurantes por 65 leis quedaba cristalina tu estupidez y tu novatada.
Pasada la penosa noche en el aeropuerto, cogimos un taxi a la estación de trenes en el centro de bucarest, a unos 20km. Taxi, sí. Nos costó unos 5 euros el trayecto, y para ser la primera vez en Rumanía creo que merece la pena. Por la experiencia que hemos tenido creo que las estaciones de autobuses y de trenes de las ciudades grandes son espacios con cierto aire de inseguridad en Rumanía. Incluso en la estación central de Bucarest nos encontramos en el par de veces que lo transitamos gente con bastante mala pinta entre el bullicio habitual de una ciudad cosmopolita. De hecho ya nos habían avisado de que tuviéramos cuidado allí. Así que estando el taxi realmente barato y sin conocer demasiado el lugar no nos lo pensamos mucho. Nos subimos a uno de los oficiales que tenía el precio por kilómetro marcado en el exterior y tras adelantar por izquierda y por derecha al incauto que se atreviera a ponerse en el camino de nuestro taxista, llegamos muy, pero que muy rápidos a la estación.
A pesar de decir que había gente evitable en la estación, la mayorá de los que la poblaba era en general de lo más normal, y por normal me refiero a mi concepto de europeo, sea eso normal o no. Señores trajeados para ir a trabajar, mujeres emperifolladas en sus joyas bolsos y maquillajes, gente jóven de camino a sus estudios, otros con maletas de viaje, algunos vestidos cláramente con intención de ir a la nieve, con ropa de marca que está fuera de mi alcance y su delatora tabla de snow... Lo que viene siendo un trajín normal de cualquier lugar occidental a las siete y poco de la mañana en la estación central del país. Los únicos personajes que me llamaron la atención fueron los propios empleados de la estación, vestidos como mi mente se había imagido al tópico comunista, con sus gabardinas de colores apagados y sus gorros cosacos, oscuros o rojos.
Dentro del mismo recinto multitud de tiendas y quioscos coloreaban el ambiente. La mayoría eran una mezcla de panadería y bollería, sin recinto interior al que acceder, que vendían directamente a través de una ventanilla productos dulces y salados que los locales compraban sin cesar. Ojalá hubiera probado el repertorio completo, porque casi todas las empanadas, buñuelos, cruasanes, y demás delicias que no tienen semjanza con nada de aquí,
y que fuí probando en los variados locales a lo largo y ancho del país estaban espectacularmente buenos y absurdamente baratos. Con algo en el estómago y un café por un par de leis nos dedicamos a curiosear el resto de tiendas de periódicos, suvenires, bares, comercios de transporte y hasta nos dió tiempo de ir al baño del McDonalds del tío Sam que ocupaba el local más grande y más centrado de la estación.
Una vez hecho el curioseo de turno nos recogimos en los asientos de plástico del andén y esperamos a que el tren llegara, aprovechando para disfrutar del trajín de variopintas locomotoras viejas y robustas que daban esa sensación de robustez y aprovechamiento mezclado con óxido y desgaste que sólo un país del este te puede dar.
El nuestro llegó al poco rato, un tren moderno con forma parecida a los de metro modernos en Madrid, y con publicidad en todo su exterior. Como con los taxis, el mercado está liberalizado y existen varias compañías privadas que comparten las vías rumanas. Con algo de antelación cogimos el más moderno y rápido por un precio inferior a la oferta media de cualquier compañía comprándolos por internet desde España. Una vez dentro dejamos las maletas y tras pasar el controlador y comprobar que disponíamos de wifi y enchufes cerré los ojos y dormí como un bendito dos horas seguidas como quien pestañea unos instantes. Al abrir los ojos nos adentrábamos ya en las montañas y los bosques caducos y grisáceos llenaban las ventanillas.
Sinaia la primera mañana fue algo borroso. Localizamos nuestra casa, no nos gustó porque nos dijeron que había gente joven haciendo mucho ruído por la noche y decidimos cambiar en caliente. Al final nos gastamos algo más de dinero en un hotel por unos 20€ la noche ya que estábamos muy cansados. Soltamos las cosas en el hotel y para no quedarnos dormidos salimos a pasear un rato. Fuimos al banco a cambiar dinero ya que en el aeropuerto habíamos cambiado lo justo para llegar a Sinaia por la diferencia enorme de precio. Nos dimos una vuelta y a la una y poco estábamos yendo a comer a un restaurante céntrico. No estuvo mal, no estuvo espectacular. Algo de carne y una ensalada muy pobre y muy cara para lo poco que traía que a pesar de todo, café y cerveza incluída, nos costó unos 65 leis.
Nos habíamos levantado sobre las nueve de la mañana en Almería para acabar en Sinaia después de comer a las tres de la tarde del día siguiente. Quitando la minisiesta del tren eran treinta horas de primer día. Nos fuimos a dormir como arrastrados trapos poniéndonos el despertador para las siete de la tarde para aprovechar algo más el día.
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