Nos levantamos pronto pero con calma, recoger la mochila, yoga matutino, preparar los pies para el kilometraje del camino... cuando nos pusimos en marcha serían las 9:00 fácilmente y aún teníamos que parar en algún bar del pueblo a desayunar. No teníamos ninguna prisa. En esta época del año hay disponibilidad de alojamiento en albergues de la Xunta sin problemas, y el pronostico del tiempo decía que haría sol todo el día.
El Checo salió media hora antes que nosotros y se olvidó su saco de dormir, así que como sabíamos que tenía intención de hacer noche en Sarria y nosotros pensábamos pasar por allí, decidimos llevárselo, aunque no fui yo la que cargué con él.
Hicimos una parada rápida a tomar algo caliente pero ligero y nos pusimos en marcha (Pensándolo bien yo ya había medio desayunado en el albergue antes de salir). El primer tramo fue por carretera, hasta que ya nos alejamos y comenzamos con los bosques y caseríos.
El día anterior habíamos trazado el plan del recorrido, 14,5 km hasta Sarria, donde muy mal tendría que darse la cosa para hacer noche. Teníamos bastante claro que seguiríamos al menos un poco más.
A lo largo del día, la nieve se iría derritiendo dando lugar a arroyos y más tarde auténticos barrizales, pero para eso aún quedaban horas.
Llegado cierto punto, un árbol estaba caído bloqueando el camino. No parecía gran cosa, pero estaba colocado de tal forma que la única manera era pasarlo por encima. Intentamos apartarlo para despejar el camino, pero pesaba muchísimo.
Días después coincidiríamos con dos chicos que lo sobrepasaron por donde vieron que nosotros habíamos despejado el paso rompiendo parte de las ramas.
Días después coincidiríamos con dos chicos que lo sobrepasaron por donde vieron que nosotros habíamos despejado el paso rompiendo parte de las ramas.
Disfrutamos de paisajes increíbles bromeando sobre la suerte que estábamos teniendo con el clima, sobre todo con lo que había caído en días anteriores.
Llegamos a Sarria, donde tuvimos que dar bastante vuelta porque la ciudad estaba en obras y habían desviado el camino temporalmente. Las indicaciones originales y las nuevas se mezclaban, y al final decidimos preguntar a una señora que nos indicó amablemente.
Llegamos al Albergue, y justo allí estaba el Checo, que puso cara de sorpresa sobre todo cuando le dimos el saco. Resulta que no era suyo, que ya estaba en el albergue de Samos cuando el llegó. Al final se lo quedó igualmente.
Estuvimos un rato hablando con el mientras yo me revisaba los pies y me volvía a poner vaselina. La verdad es que gracias a esas paradas no me toco pasar ninguna penuria tipo ampollas.
Probablemente fue en ese momento, al quitarme la chaqueta, que perdí la pulsera que me había regalado... solo espero que se la encontrará él.
Era muy pronto como para terminar nuestro paseo, así que continuamos hasta nuestro siguiente destino. Nos guiábamos por los lugares donde había albergues de la Xunta, así que el siguiente destino era Barbadelo a 4'2km de Sarria y 18,7 de Samos.
Fue curioso porque durante la quizás media hora que estuvimos en las escaleras sentados, nadie hizo acto de presencia en el albergue, que estaba abierto y vacío.
Recuerdo llegar bastante tocada hasta allí, pero me quité las botas y recuperé bastante. Tanto que nos vimos con fuerzas para hacer los 8,4 km que nos separaban de Ferreiros, el siguiente lugar con albergue.
En realidad fue un buen día. En una de las pequeñas poblaciones que atravesamos vimos un cartel en una casa donde se vendía mermelada de frambuesa y decidimos comprar un bote, que además de estar riquísima, fue nuestro desayuno para gran parte del camino.
Y de esté buen humor, y tras haber pasado por al menos otro par de sitios donde poder meter los pies pero no habernos acabado de animar, llegamos al sitio ideal. Nos descalzamos y metimos los pies en ese agua congelada, que daba hasta calambres y donde no podías estar más de 20 segundos seguidos, pero que sin duda nos dio la vida y el empujón necesario para aguantar unos tantos km más.
Hasta el punto que entre el calor que hacía, y las pocas ganas de llevar las botas de montaña, continué lo que quedaba con los zuecos de goma. Y vaya si gané en calidad de vida.
Además nos echamos unas risas cuando el camino estaba completamente cubierto de agua debido a la nieve que llevaba todo el día derritiéndose y entre volver a ponerme las botas y cruzar descalza, elegí lo segundo.
Aunque el agua estaba helada, hacía un día increíble, y el frío era lo mejor para esos pies que llevaban ya más de 60 km en apenas dos días.
Estábamos tan entretenidos que habíamos comido solo unas galletas y cuando llegásemos al albergue, hacia las 18:00 ya sería para ducharnos, cenar y poco más.
Ya en Ferreiros nos registramos en el albergue, la hospedera muy simpática, nos explico todo lo necesario y nos indicó donde podíamos cenar, ya que tiendas no había. Ni había ni las habíamos visto en los últimos 10 km.
Una pena porque este albergue era de los pocos que disponía de algo de menaje para cocinar, cosa excepcional como veríamos más adelante.
Allí coincidimos con un Lituano, al que vimos poco, cuando llegábamos él se iba, cuando nos fuimos no había vuelto y por la mañana nos volvimos a cruzar.
Después de ducharnos y lavar algo de ropa (me hice un tendedero con los bastones de andar y un par de cordones extra que llevaba), nos fuimos a cenar.
Nos costó un poco decidir, pero como era la primera comida decente que íbamos a hacer en todo el día, nos animamos con el potaje de garbanzo... y si nos ponen dos perolas, ¡¡dos perolas nos comemos!!
De segundo ternera en salsa que ya no estaba tan rica, y respectivo postre y botella de vino. No sé si por el frío (una vez que nos duchábamos, yo empezada a quedarme helada y no había forma de entrar en calor) el andar o que, la cena empezó a ser la comida fuerte del día, regadita con su correspondiente vino.
Después de la cena, subir la cuesta infinita que nos separaba del albergue, y en el comedor del mismo, revisar los papales para planificar el día siguiente.
Hicimos 27'1 km, ya estábamos más cerca pero aún quedaba mucho.
Y mañana un día más.
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