Pues eso, locura de llegada.
Viaje largo, interminable, despedida cansada y fría. Nueva casa, por unos días, cómodo sofá que no tuve mucha ocasión de utilizar. Entrar, salir, salir y entrar.
Besos, abrazos, risas, cosas que debieron ocurrir antes o que tal vez no tenían que haber sucedido nunca, y sobre todo darse cuenta de que nada es para tanto.
Y una gran sensación de libertad.
Así me ha recibido Madrid después de tantos años, tres días de tregua antes de enfermarme, cosas que tienen que pasar antes o después.
Y ahora a aprender a vivir sola, después de tantos años, después de toda una vida, es casi una oportunidad para volver a empezar, ha dolido pero ya apenas escuece. Ha sido triste, pero ya no quedan lágrimas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario